Vuelve.

Ese justo momento en el que te paras a pensar como realmente son las cosas, en el que tratas de ordenar tu vida, sin éxito alguno, te das cuenta de que intentar querer a alguien es sinónimo de no llegar a conseguirlo nunca, que esconder lo que sientes tratando de buscarle defectos a una persona que para ti no tiene, hace que todavía le quieras mas. Te das cuenta de que no necesitas ni un novio, ni un lío ni ningún tipo de rollito de primavera para ser feliz. Te das cuenta de que llevas cuatro meses sin nadie que te diga cuanto te quiere cada hora del día y que realmente no lo necesitas. Que te sobra con que tu mejor amiga te diga que te quiere dos veces a la semana y te de un abrazo cada dos y media. Que disfrutas mas con cuatro amigas toda la tarde en la misma cafetería pelando a todo el que pasa que estando con tu novio en un parque. Después de todo esto llegas a conclusiones, encuentras motivos e intentas hacerte creer que tienes la solución para todas esas cosas que se hacen llamar problemas. Pero después de todo, le vuelves a ver a él, con su jodida perfecta sonrisa, su pelo de peluquería, su ropa de pasarela, su iPhone en la mano, sus aires de chulo, su tono subidito y su mochila de Quiksilver y te das cuenta de que solo el hecho de verle, te ha alegrado el día, aunque la noche anterior te hubieses jurado no mirarle y te habías autoconvencido de que no te hacía falta su sonrisa para sonreír.